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FIESTAS DE MI PUEBLO
Por Antonio Muñoz Monge
Viene a mi memoria una sugerente historia, protagonizada por tres archimillonarios del mundo.
- Luego de verificar el buen estado de sus negocios, los tres se ponen de acuerdo para ir a relajarse en un bello, lejanísimo y aislado remanso, donde nadie logre comunicarse con ellos.
- La prestigiosa agencia turística contratada para trasladarlos y alojarlos les pide una sola condición, que ellos aceptan: no llevar consigo ningún aparato que pudiera conectarlos con el resto de la humanidad.
- Dicho y hecho, una vez instalados en el paradisíaco refugio, “lejos del mundanal ruido”, y tras asentar las apetitosas viandas con el mejor vino tinto del mundo, los millonarios se ponen a charlar sobre mullidos y anatómicos divanes instalados a la sombra de un vergel de árboles frondosos.
- Hasta que a uno de ellos se le ocurre encender un finísimo habano, ante cuyo aroma otro le pregunta: “¿De qué marca es?”. A lo cual el aludido responde: “De la misma marca que tú fumas… ¿Por qué me lo preguntas?”.
- Entonces su interlocutor sonríe y le dice: “Es que tiene un olor tan peculiar y gratificante”; a la vez de hacer el ademán de inhalar las ondulantes volutas de humo.
- Motivado por este hecho, el otro comenta, como revelando un secreto: “Tienes razón… Es un aroma agradable y único, que nunca antes recuerdo haber percibido”.
- Al escuchar tal diálogo, el tercer amigo que había permanecido quedo hasta ese momento, se acerca despaciosamente y exclama: “¡Cierto!… ¡Qué olor tan agradable!… Pero no es de los cigarros que fumamos”.
- Entonces, los tres se ponen de pie, se miran detenidamente como para escudriñarse hasta el alma, y —tras un silencio que parece eterno— levantan sus cabezas hacia el infinito y pasan a inhalar como niños golosos el aroma puro del ambiente, de los árboles acariciados por el viento, para después abrazarse y celebrar extasiados el accidental redescubrimiento del olor de la vida.
- Luego se acuestan en el mismo ambiente, sin imaginar que están por reeditar las primeras noches y los primeros amaneceres de la humanidad, varios millones de años después; cuando no había ni una brizna de los bosques de fierro y cemento, de las fábricas de gases tóxicos y estruendos desquiciantes que terminarían por deshumanizar al pobre Homo Sapiens.
- Al rayar el alba, los tres son despertados por el trinar polifónico de las aves anidadas en las copas de los árboles gentiles y el croar ronco de las ranas en un arroyo refrescado por el aguacero.
- Sólo entonces se dan cuenta de que la flora y la fauna —tanto como el aire, el agua y sol— son los idiomas que utiliza la Madre Naturaleza para hablarle de las maravillas de la vida al hombre ingrato.
- No recuerdo quién ni cuándo ni dónde me contó esta hermosa historia. Pero la evoco con gratitud ante la cercanía del Día Mundial del Medio Ambiente, cinco de junio; aunque el onomástico de nuestro ecosistema o casa grande no puede reducirse a un solo día.
- La Madre Tierra o Pachamama de nuestros ancestros es un ser vivo que nos alberga, nos arrulla y nos alimenta.
- La naturaleza nos habla a los sentidos en cada instante. ¡Escuchémosla! por favor, como los ancestrales pueblos andinos y amazónicos que en junio de cada año —sobre todo en torno al día 24— desempolvan sus mejores galas para rendir tributo alborozado a la Pachamama con diversos ritos.
- Uno de éstos en los Andes centrales es la Fiesta de la Herranza o marcación de ganado, también propicia para el enamoramiento de los jóvenes. Mientras que en la Amazonía destaca la ancestral Fiesta de San Juan (Fan) Bautista.
- Como se trata de agradecer a la Madre Tierra y los Apus tutelares por las múltiples bondades que nos brindan lo único que no debemos hacer entonces es realizar quemas destructivas y contaminantes de rastrojos, pajonales o montes secos, sino más bien aprender a reciclarlos para aumentar la fertilidad de las chacras y comprometernos a plantar cada vez más árboles en todos los espacios aptos.
- Tenemos que ser capaces de reaccionar para honrarla todos los días, como los buenos hijos a la madre abnegada e inagotable, incluso para que el aroma de la vida jamás se aleje de nuestras hoy degradadas pituitarias citadinas.
“La flora y la fauna —tanto como el aire, el agua y sol— son los idiomas que utiliza la Madre Naturaleza para hablarle de las maravillas de la vida al hombre ingrato.”
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