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Protección de las cabeceras de cuenca

02 de marzo del 2017

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Sobre la base  de algunos principios válidos para la subsistencia  de los pueblos, AGRONOTICIAS  ha promovido por más de una década la “siembra y cosecha de agua”,  y ha  planteado la revaloración  de  los conceptos y  sistemas que  experimentaron y  aplicaron  con eficiencia, durante milenios, las antiguas civilizaciones  que  culminaron con el Imperio  de los Incas,  y que a partir de la colonia  fueron abandonados y mirados de soslayo “sólo porque  son  recursos de indios”.

  • Gran parte de esos sistemas subsisten, algunos de ellos conservados y protegidos por las comunidades andinas, entre ellos andenes, terrazas de formación lenta, amunas, waru waru,  huachaques, zanjas de infiltración, atrapanieblas, desvío de ríos, interconexión de lagunas,  acueductos,  y si a  ellos  se  sumaran las tecnologías modernas, sin menospreciarse, el resultado beneficiaría  en su conjunto a las poblaciones  ubicadas  en la vasta y compleja geografía del país. Los bosques  en las cabeceras de cuenca servirían como esponjas para regular el agua, disminuyendo el impacto de los huaicos, las sequías,  las inundaciones y otros fenómenos de la naturaleza  que, a menudo,  destruyen la infraestructura agraria, urbana y vial.
  • La mayor parte de las acequias y algunos canales que se utilizan en la costa para el riego por gravedad  fueron  construidos  en la etapa pre-inca “y todo se hizo a mano sin tener  dromedarios ni elefantes como en el viejo mundo”.
  • La Dirección General de Caminos y Ferrocarriles del MTC, presentó el 25 de julio del 2011 un estudio de las carreteras en 25 departamentos y concluyó que existen 26,017.07 kilómetros, de los cuales el 43% está pavimentado.  Sin tener  toda la infraestructura de la que hoy  disponen las modernas empresas constructoras y sin  pedir adendas ni leyes con nombre propio, los incas construyeron 30,000 kilómetros  de caminos. Parte de esos caminos integran la ruta  de trekking más hermosa del planeta,  formada por 43 kilómetros empedrados, que va  desde  Qorihuayrachina (Km. 88 de la ferrovía Cusco-Quillabamba) hasta la ciudadela de Machu Picchu. Recorrerla demora  tres días de caminata  por “una impresionante variedad de altitudes, climas y ecosistemas, cientos de especies de orquídeas,  aves multicolores, paisajes de ensueño,  que van desde la llanura  andina hasta el bosque de nubes, por una ruta que todo caminante debería experimentar una vez en su vida” ¿Por qué escogemos esta ruta? Para mostrarles  que los incas y antes que ellos los pre-incas, planificaron la construcción de sus ciudades en zonas  altas,  vinculadas a bosques,  que servían para atrapar  la humedad del aire y la neblina, fuentes de agua   que requerían dichas poblaciones. No construyeron sus ciudades en el fondo de los valles, como hacemos ahora.  En el caso de Machu Picchu, tal como lo señala el investigador forestal Ing. Salustio Pumacóndor,  en Puyupatamarca, que  significa “donde está la neblina”(en ese lugar no hay montañas con nieves),  hay un bosque de quenuales (Polylepis incana), plantado por los incas, cuyas ramas,  hojas y tallos tienen pelusas que atrapan la humedad, especialmente de noche, y la depositan con suavidad sobre la tierra, “existiendo  conexiones subterráneas o desfogues de agua  desde los bosques hacia Machu Picchu”. Los ingenieros de Enturperú instalaron bombas en uno de los ojos de agua para atender las necesidades del hotel de turistas.
  • ¿Qué hay que hacer con las cabeceras de cuenca? Allí se forman las fuentes de agua que alimentan ríos, quebradas, lagunas, lagos, puquiales, bofedales y humedales que juntos constituyen nuestra riqueza hidrológica.
  • Para afirmar y ampliar esa riqueza allí hay que instalar bosques de qolle blanco y qolle negro, quinual, kiswar, chachacomo, aliso y otras variedades, incluyendo las maderables, cada una en determinado rango altitudinal,  a sabiendas que  se han afincado en esos lugares desde hace milenios y que pueden generar, además de agua, una fauna y una flora muy rica como en Puyupatamarca, y lo que es fundamental generar  trabajo, a razón de tres trabajadores por cada hectárea sembrada.  En esos lugares también se pueden multiplicar las vicuñas y alpacas que producen las fibras más finas del mundo.
  • Entre la costa, los andes y la selva hay 10 millones de hectáreas para repoblar con árboles. Si sólo se avanzara en forestación y reforestación con un millón de hectáreas habría trabajo, de por vida, para tres millones de personas, y eso aseguraría el agua para teñir de verde los desiertos costeros sin tener que padecer los frecuentes estertores  de la sequía.


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