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  • sábado 23 de noviembre del 2024

La desgracia como oportunidad para el gran salto en el agro

04 de abril del 2017

Roque-Otárola-Peñaranda
Por Roque Otárola Peñaranda
Hay que aprender de la historia para que los errores no se repitan, dice un viejo adagio que en nuestro país parece haber entrado por un oído y salido por el otro no sólo de sus gobernantes y dirigentes institucionales, sino de la propia población que en estos momentos soporta uno de los fenómenos climáticos más destructivos de la centuria. En efecto, basta ver el diario El Comercio publicado el 14 de marzo de 1925 para entender que los ríos tienen memoria y que retornan tarde o temprano a sus dominios, al impulso de las lluvias que arrecian debido al inusual calentamiento de las aguas del mar.
Dice el decano de la prensa nacional en su primera plana de hace 92 años “La ciudad de Trujillo ha sido destruida” por el desborde de las quebradas de San Ildefonso, León, Santo Domingo  y otras, a causa de las torrenciales lluvias caídas en la zona. También se refiere a la “Tragedia en el Chira” por razones similares, habla de la inundación del pueblo de Huarmey, que la situación en Chosica y Chilca era grave, que las aguas del arroyo Huaycoloro habían arrasado las casas del barrio Cantagallo, llegando hasta la estación Desamparados en el centro de la ciudad.
Da cuenta, asimismo, de la destrucción de miles de hectáreas de arroz, menestras, caña de azúcar y frutales en el norte y que cientos de familias campesinas habían perdido sus viviendas y enseres debido a las lluvias y al desborde los ríos que convirtieron los sembríos en lagunas.
Siguiendo el curso de la historia reciente, hemos sido testigos de catástrofes atribuidas al fenómeno El Niño en las décadas de los 70, 80 y 90, pero nunca de un desborde climático de las proporciones en las que actualmente se está dando, generando muerte y destrucción en las ciudades y en el medio rural y poniendo en riesgo no solo la estabilidad y crecimiento de la economía en el mediano plazo, sino el abastecimiento de productos de primera necesidad, insumos para la agroindustria y de agua potable en la propia coyuntura.
La vida nos permite percibir el papel negligente e irresponsable de la población y de los gobernantes por ella elegidos en estos casi 100 años a partir del 14 de marzo de 1925. Los cauces de las quebradas invadidos por migrantes y atendidos irresponsablemente por autoridades demagogas con servicios deagua potable, luz, pistas y veredas. Cauces de ríos sin muros de contención que ahora inundan a mansalva miles de hectáreas cultivadas, presas y cursos de agua acolmatados, puentes endebles, carreteras sin defensas laterales y varios etecetras por delante.
Se ha hecho habitual que a cada catástrofe sobrevenga una etapa de emergencia para paliar los daños y otra de rehabilitación de servicios destruidos y reconstrucción de las ciudades y de la infraestructura agraria en el medio rural. Todo ello, con enormes dotaciones presupuestales que casi nunca llegan a reflejar una relación positiva entre el costo y el beneficio obtenido.
Dónde fueron a parar los cientos de millones de dólares asignados a Piura y Tumbes después de los Niños de las décadas pasadas?. Dónde lo entregado a la burocracia que administró la etapa post sismo en Pisco y el sur chico?. Ninguna ciudad del norte fue reconstruida pensando en que las inundaciones se repetirían inexorablemente convirtiendo en lagunas las urbes en auge y dejándolas nuevamente sin redes de agua ni alcantarillado. Por qué no se construyó canales recolectores de agua de lluvias estratégicamente ubicados con aporte de la ingeniería especializada en la materia?. Acaso Piura y Tumbes no están en una zona casi tropical?. Se trata de interrogantes que enervan al solo plantearlas.
En el medio rural, por qué no se ha construido muros de contención y defensa ribereña como sí se hace en países vecinos como Ecuador?. Obviamente, la descolmatación de cauces emprendida en varias ocasiones ha demostrado ser insuficiente y epidérmica ante la amenaza latente de la creciente de ríos y la activación de quebradas habitualmente áridas y secas.
LA CRISIS PRESENTE DEBE CONVERTIRSE EN UNA GRAN OPORTUNIDAD
Para nadie es secreto que en los meses subsiguientes se  aplicarán ambiciosos planes de reconstrucción de ciudades y de sistemas de irrigación en el campo, junto a obras de defensa ribereñas  en todos los valles de la Costa. Eso estará bien si cuentan con el soporte técnico necesario y el nivel ético deseado en el manejo de los recursos de todos los peruanos.
Es hora que las alicaídas organizaciones agrarias se reestructuren y asuman el papel conductor de las aspiraciones de los hombres del campo, constituyéndose en interlocutores válidos ante las instituciones públicas, el sistema financiero y la cooperación internacional.  La crisis derivada de la catástrofe, debe convertirse en oportunidad para crear una nueva infraestructura para la producción agraria en las áreas afectadas por las inundaciones. Todo ello, en un ambiente signado por el respeto al bien público a partir de un cambio radical de la cultura del funcionario local, regional o nacional, hoy lamentablemente proclive al aprovechamiento ilícito y al ventajismo corrupto con el dinero aportado por el esfuerzo de todos los peruanos.
El campo necesita el refinanciamiento IMPOSTERGABLE de la deuda pendiente y la condonación de los intereses de TODOS los agricultores tanto al Agrobanco como a la banca privada, ya que no solo sufrirán penurias quienes han perdido sus cultivos, sino el sector agrario en general que soportará las consecuencias de la destrucción de caminos, centros de acopio y almacenamiento, así como de canales madre y secundarios de los sistemas de irrigación, rompiéndose la cadena que termina con el producto en la mesa de los consumidores.
El subsidio de supervivencia de mil soles por hectárea anunciado por el Ministro de Agricultura para quienes han perdido sus cultivos es acertado, pero debe llegar al beneficiario de inmediato para atender sus necesidades de subsistencia. Si este empeño gubernamental tarda, servirá para muy poco porque es minúsculo si se pretende que se transforme en capital de trabajo para nuevas siembras.
Esta es la hora para salir de las limitaciones y sufrimiento propios de la emergencia para que el hombre del campo, curtido en mil batallas, levante la cabeza y mire adelante con la voluntad férrea heredada de su enhiesto ancestro andino. Es hora también de que la presencia del Estado sea real, sincera, emprendedora, con visión de futuro y, sobre todo con MANOS LIMPIAS Y CONCIENCIA TRANQUILA.


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