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  • sábado 23 de noviembre del 2024

#Editorial ¡Acelerar Sierra Azul!

03 de octubre del 2016

 
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Nunca será ocioso repetirlo sin fatiga, pero los peruanos  en general —aunque en particular los líderes sociales, técnicos y empresariales— aún no somos conscientes de que la mayor amenaza que se cierne sobre  nuestra patria es la escasez crónica de agua, el factor natural más importante para la vida y la economía.
Esta amenaza se explica porque el calentamiento global y el cambio climático, además de las propias irracionalidades suicidas del hombre, están  devastando y extinguiendo a las principales fuentes hídricas, sobre todo en los países desérticos y montañosos como el Perú.
En nuestro caso específico, las primeras víctimas  de este sombrío proceso han sido y aún son  los glaciares y nevados  altoandinos que antes parecían eternos y que —fuera de la corta estación de lluvias— todavía nos proveen el 70% del agua que requerimos para todos los usos.
Por lo pronto, según el último inventario oficial publicado en el 2014 por la Autoridad  Nacional del Agua (ANA), sólo en los  44 años  anteriores a tal fecha desapareció el 43% de esas estratégicas  reservas hídricas en forma de hielo. Lo cual significa que en las cuatro décadas  siguientes —incluso si no aumentara  el  actual índice promedio del calentamiento global— todo el resto se habrá  esfumado inexorablemente, privándonos  para siempre del agua para consumo humano y animal, para riego, para usos industriales, para  mover a las centrales hidroeléctricas y para sostener al  frágil ecosistema nacional.
Básicamente gracias  a  los  ilustrativos y  frecuentes   reportajes e informes  publicados  por AGRONOTICIAS —desde el 2007—  sobre tan estremecedor problema y sus alternativas de solución; el primer político  nacional que lo ha comprendido claramente es el hoy Presidente de la República, Eco. Ph.D. Pedro Pablo Kuczynski Godard. Tanto que  para ello incluso   se dio el trabajo de ir a visitar personalmente,  casi de incógnito, en noviembre último, al  emblemático fundo privado  “La Cosecha del Futuro” en la comunidad campesina de Masajcancha, Paccha, Jauja, Junín; donde el joven Ing. Agr. César Dávila Véliz ha desarrollado —sin apoyo estatal ni internacional alguno—  la respuesta cultural más  completa ante la amenaza comentada.
Y como nítido  y visionario  reflejo de tal convencimiento, el Presidente  Kuczynski  ha dispuesto la implementación y ejecución del mayor esfuerzo nacional de siembra y cosecha de aguas de lluvia en nuestras cuencas hidrográficas, bajo el nombre de Programa “Sierra Azul”.
Aún más, el flamante Ministro de Agricultura y Riego, Ing. Agr. José Manuel Hernández  Calderón, ha tenido el mayúsculo acierto de convocar a su  joven colega César Dávila Véliz para dirigir técnicamente la organización y cristalización  del naciente programa, tras comprobar que él ha sido  y es capaz de ponerle poncho verde agroforestal a cualquier montaña o ladera altoandina, para manejar la bendición periódica de las precipitaciones pluviales en favor del ecosistema, las poblaciones humanas y las actividades económicas, empezando por las del agro, bastión histórico y real de la alimentación nacional.
Además, quizás sin proponérselo íntimamente, Kuczynski, Hernández Calderón  y Dávila Véliz  desarrollarán un inédito modelo de gestión hidrológica  replicable  en todos los países con características ecológicas similares a las nuestras.  O sea una escuela mundial —hoy inexistente— que  puede generarnos  inestimables beneficios materiales y morales.
Sin embargo,  salta a la vista un acuciante problema de índole tecnoburocrática: la necesidad formal  de distraer tiempo imperdible en organizar, implementar y comenzar a ejecutar el Programa “Sierra Azul”;  mientras ronda la terrible amenaza de una gran sequía o semisequía  en buena parte del país, empezando por  el centro-sur altoandino.
O sea que si no buscamos y encontramos  pronto una alternativa práctica para remontar imaginativamente ese problema, “Sierra Azul”  podría  iniciar convertido en una frustración de imprevisibles consecuencias. Pues en especial los productores agrarios y los consumidores alimentarios jamás perdonarían al MINAGRI el hecho de no haber construido en estos meses cruciales  siquiera  algunos modelos locales de amunas, zanjas de infiltración, microrreservorios mediterráneos, microrrepresas en cascada, atrapanieblas, andenerías y sistemas silvopastoriles y  agroforestales, para comenzar a mostrar la viabilidad y los multibeneficios de la siembra y cosecha de lluvias y otras aguas atmosféricas.
Sin embargo, frente a tamaño riesgo existen dos posibilidades complementarias, para asegurar que  todos los agentes públicos y particulares especializados en siembra y cosecha de lluvias  se dediquen exclusivamente a esto y de inmediato, en vez de perder tiempo en estériles papeleos y palabreos burocráticos:
Primero, restablecer —por motivo de emergencia hidroclimática  y socioeconómica y por Decreto de Urgencia— el antiguo Programa Nacional de Manejo de Cuencas Hidrográficas y Conservación de Suelos (PRONAMACHCS), absurdamente liquidado por el segundo gobierno  del apóstata Alan García Pérez. Aquí estamos seguros de que la mayoría fujimorista del Congreso de la República apoyaría con entusiasmo  tal decisión, porque el PRONAMACHCS y en especial su Plan “Sierra Verde” fueron ciertamente creaciones exitosas del régimen correspondiente.
Y segundo,  instalar de inmediato el Consejo Intergubernamental de Coordinación Agraria y el Consejo Nacional de Concertación Agraria y sus equivalentes regionales y locales, para que los tres niveles de gobierno y las organizaciones de productores, campesinos e  incluso nativos  intervengan activamente  en la formulación y el ensamblaje de propuestas, decisiones  y acciones orientadas  a enfrentar sinérgicamente al sobrecogedor reto  hídrico antes de que sea demasiado tarde e irreversible.
“Sierra Azul” es una gran posibilidad para el Perú y buena parte del mundo, pero si no funciona de inmediato y como debe, por estériles formulismos tecnoburocráticos, podría  terminar  prematuramente en una frustración que no merece  y adicionalmente ensombrecido por los escombros de la sequía o semisequía que ya empezó a galopar por los Andes.
Es un deber advertírselo sin ambages al naciente poder de turno.
 


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