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23 de agosto del 2023El algodón «manchado» de China: trabajo forzoso
Más de un millón de trabajadores realizan duros trabajos de recolección de algodón en Xinjiang bajo condiciones cuestionables.
China está obligando a cientos de miles de uigures y miembros de otras minorías a realizar duros trabajos manuales en los vastos campos de algodón de la región occidental de Xinjiang, según una nueva investigación mostrada a la BBC.
Basada en documentos de internet descubiertos recientemente, proporciona la primera imagen clara de la potencial magnitud del trabajo forzoso en la recolección de un cultivo que representa una quinta parte del suministro mundial de algodón, el cual se usa ampliamente en la industria mundial de la moda.
Junto con una gran red de campos de detención, en los que se cree que se ha detenido a más de un millón de personas, las denuncias de que se está obligando a grupos minoritarios a trabajar en fábricas textiles ya están bien documentadas.
El gobierno chino niega los señalamientos e insiste en que los campos son «escuelas de formación profesional» y que las fábricas son parte de un esquema masivo y voluntario de «alivio de la pobreza».
Pero nuevas evidencias sugieren que cada año más de medio millón de trabajadores de minorías étnicas también están siendo asignados a la recolección de algodón en condiciones que parecen conllevar un alto riesgo de coerción.
«Desde mi punto de vista, hay implicaciones a una escala verdaderamente histórica», le dijo a la BBC el doctor Adrian Zenz, miembro sénior de la Fundación Conmemorativa de las Víctimas del Comunismo en Washington, la cual descubrió los documentos.
«Por primera vez, no solo tenemos evidencia de trabajos forzosos de los uigures en la manufactura, en la confección de prendas de vestir, sino que también en la recolección de algodón, y creo que eso lo cambia todo», señaló.
«Cualquiera que se preocupe por la ética de las fuentes de abastecimiento tiene que mirar a Xinjiang, que genera el 85% del algodón de China y el 20% del algodón del mundo, para decir ‘ya no podemos hacer esto'».
Los documentos, que contienen políticas gubernamentales e informes de noticias estatales, muestran que en 2018 las prefecturas de Aksu y Hotan enviaron 210.000 trabajadores «por transferencia laboral» a recolectar algodón para una organización paramilitar china, el Cuerpo de Construcción y Producción de Xinjiang.
Otros hablan de recolectores que son «movilizados y organizados» y transportados a campos localizados a cientos de kilómetros de distancia.
Este año, Aksuidentificó la necesidad de 142.700 trabajadores para sus propios campos, lo que se cubrió en gran medida mediante el principio de «transferir a todos los que deberían ser transferidos».
Las referencias a la «guía» de los recolectores para que «desistan de las actividades religiosas ilegales» indican que las políticas están diseñadas principalmente para los uigures de Xinjiang y otros grupos tradicionalmente musulmanes.
Los funcionarios del gobierno primero firman «contratos de intención» con las granjas de algodón, determinando el «número de trabajadores contratados, la ubicación, el alojamiento y los salarios», tras lo cual los recolectores se movilizan para «inscribirse con entusiasmo».
Hay muchas pistas de que este entusiasmo no es sincero. Un informe describe una aldea donde la gente «no estaba dispuesta a trabajar en la agricultura».
Los funcionarios tuvieron que visitarla nuevamente para realizar «trabajos de educación del pensamiento». Finalmente 20 fueron expulsados y hubo un plan para «exportar» 60 más.
Campamentos y fábricas
China ha utilizado durante mucho tiempo la reubicación masiva de su población rural pobre, con el objetivo de mejorar el empleo en una campaña nacional contra la pobreza. En los últimos años, esos esfuerzos se han acelerado.
Se puede decir que en la política interna más importante del presidente Xi Jinping, el objetivo es eliminar la pobreza absoluta antes de que se celebre el centenario del Partido Comunista el próximo año.
Pero en Xinjiang hay evidencia de un propósito mucho más político y niveles de control mucho más altos, así como objetivos y cuotas masivas que los funcionarios intentan cumplir bajo presión.
Un cambio notable en el enfoque de China hacia la región se remonta a dos ataques brutales en Pekín en 2013 y la ciudad de Kunming en 2014, atribuidos por China a los islamistas y separatistas uigures.
Su respuesta, a partir de 2016, ha sido la construcción de campamentos de «reeducación» para cualquiera que muestre algún comportamiento visto como poco confiable: desde instalar una aplicación de mensajería encriptada en un teléfono o ver contenido religioso, hasta tener un familiar viviendo en el extranjero.
Mientras que China las llama «escuelas para la desradicalización», sus propios documentos sugieren que la realidad es un sistema draconiano de internamiento que apunta a reemplazar las viejas identidades de fe y cultura con una lealtad forzada al Partido Comunista.
Pero el trabajo no se limita a los campamentos.
Desde 2018, se ha producido una enorme expansión industrial que implica la construcción de cientos de fábricas.
El propósito paralelo del empleo masivo y el internamiento masivo queda claro por la aparición de muchas fábricas dentro de los muros de los campamentos, o muy cerca de ellos.
El trabajo, parece entender el gobierno, ayudará a transformar las «ideas obsoletas» de las minorías de Xinjiang y las convertirá en ciudadanos chinos modernos, laicos y asalariados.
La BBC intentó visitar uno de los centros en la ciudad de Kuqa, identificado por investigadores independientes como un campo de reeducación construido en 2017.
Imágenes de satélite muestran muros de seguridad internos y lo que parece ser una torre de vigilancia.
Informe: BBC
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